Vienen fechas en las que las huestes del sector vitivinícola se posicionan en discursos unívocos por sectores, como estratagema para tratar de influenciar en las primeras estribaciones de la vendimia complicada que se vislumbran en escasas semanas y llevar el agua a su molino particular.
La logística de ambas partes se moviliza en discursos interesados, al tiempo que el fruto se prepara para su etapa clave antes de entrar en los lagares.
Mientras tanto, podemos leer en medios nacionales titulares como “Mucho y malo: realidad del vino español” o “El vino manchego, ahogado por el excedente tras una campaña récord”. En mi comarca, en algo que no diferirá demasiado de lo que ocurre en el resto de nuestra piel de toro, los vendedores de uva aseguran que los discursos apocalípticos no sirven para extrapolar unas previsiones “generales” a los datos de indicaciones de calidad cuyas ventas van a más cada año. Casi siempre se lanzan mensajes interesados y los números se manejan de una forma torticera, con ataques y contraataques mutuos.
El hecho de que Castilla-La Mancha acapare más de la mitad de la producción nacional hace que todas las tintas se carguen contra esta región y se vea afectada su imagen, a pesar de su diversidad y de las enormes diferencias que puede haber entre un vino de Almansa con otro del Campo de Calatrava, por decir algunas zonas.
Se habla de excedentes y se vuelve a enarbolar la bandera de la calidad como única salida, sin caer en la cuenta de que para hacer buenos vinos hay que hacer otros no tan buenos y que muchos de estos vinos “mediocres” podrían sacar el cuello con dignidad ante otros de países vecinos. No se repara en buscar medidas estructurales de algo tan normal y que se ve venir como que cada año hay que depositar las uvas en los jaraíces.
Está claro que la campaña récord del año anterior es algo que está ahí, pero ¿qué hacen las instituciones? Se demostró que las destilaciones eran “pan para hoy y hambre para mañana”; algún día las iban a quitar con el mensaje caperucito de “que viene el lobo”. Y ahora, entonces, qué es lo apropiado, ¿volver a esto, hacer biocarburante…?
Paralelamente, se lanzan mensajes de que “pintan bastos” y los agricultores no piensan pasar por el aro, mientras que las bodegas dibujan un panorama de tener que abrir las compuertas del pantano de los excedentes, aunque luego muchas se erigen en salvadores de la patria recogiendo el fruto de los viticultores, cuando en realidad lo único que harán será fletar algún buque menos procedente del Cono Sur.
Desde luego, en parte me duele que se aproveche para criticar a Castilla-La Mancha por aquellos valientes que son como islotes en el mar de la calidad, pero las instituciones, sobre todo, se lo tienen bien ganado por alentar primero a la plantación de variedades “mejorantes”; luego al arranque y acto seguido a lo contrario. Porque, que yo sepa, no se puede soplar y sorber al mismo tiempo.
Créanme, escribí un libro sobre la historia de bodegas, y el discurso de 2014 es el mismo del de finales del siglo XIX o de principios del XX: una lucha dialéctica interesada en el que todo desemboca inexorablemente en la mitológica figura del “uroboros” o la pescadilla que se muerde la cola.
No hay comentarios:
Publicar un comentario