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martes, 21 de octubre de 2014

Los muchos primeros #vinos



Es sabido que a medida que la industria del vino en España se perfecciona y se hace competitiva al nivel de los grandes vinos del mundo, ha ido perdiendo, lamentablemente, consumidores.

Pese al crecimiento de la industria, en los últimos 12 años, el consumo de vino en España ha caído un 15%, según cifras de la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV).

En esa pérdida de consumidores el mapa etario es claro, no es que la gente que bebía vino ha dejado de beberlo, es que los mayores mueren y los jóvenes no beben vino.

Con lo cual, recuperar el consumo de un producto identitario, tradicional y parte indiscutible de la dieta mediterránea, pasa por ganar nuevos consumidores, pero para ello hay que deslastrarse de todos los prejuicios que durante mucho tiempo han estado mermando la relación del vino y los jóvenes.

Primer supuesto: promover el consumo de vinos entre los jóvenes es equivalente a promover el alcoholismo.


Aunque el consumo del vino ha descendido, ello no supone un descenso en el consumo de alcohol por parte de los jóvenes. Por el contrario, se inician antes y con destilados de alta graduación.

Son muchos los factores que subyacen a un consumo desordenado y preocupante que hacen los más jóvenes del alcohol.  De allí, que defiendo que el vino no debe ser parte del problema, pero sí puede ser parte de la solución.

El problema de los jóvenes no es el consumo, sino la manera cómo se realiza ese consumo.

El vino es una bebida que invita al consumo atento y reflexivo. Es una forma de placer que está imbricada con la conciencia del placer. Sin hacerlo elitesco, la campaña para acercar a los más jóvenes al vino, debe estar enmarcada en el disfrute con todos los sentidos y en el conocimiento y amor por la cultura que lo rodea.

Segundo supuesto: ya puestos a beber vino, bebamos grandes vinos.


Si convenimos que el mundo del vino es un amplio espacio de conocimiento, también debemos convenir con que quienes se inician deben hacerlo desde lo más simple para poder ir hacia lo más complejo.

Sin obviar que existen diferencias particulares de gusto, el vino ideal para iniciados debiera ser fácil de beber, fresco, joven, seguramente afrutado.

Pienso incluso en vinos divertidos como los sparkling wines o los frizzantes de baja graduación alcohólica.  Muchos de ellos, no entran en la categoría de vinos según la OIV, porque su graduación está por debajo del 8,5% Vol,   pero son la oportunidad perfecta para que los más jóvenes disfruten de los sabores y los aromas más sencillos del vino sin la complejidad de las largas fermentaciones y crianzas.


Tercer supuesto: los cócteles con vino son una afrenta al  vino.


En este caso creo que nos pueden los prejuicios, los cócteles de vino existen, son parte de la tradición de consumo del vino y son una manera de beber y disfrutar el vino.

Cuántos vinos hay en el mercado que se promocionen como un buen vino para sangrías, tintos de verano, calimochos o naranjochos (no, no me invento nombres, preguntarle a un jovencito de qué se trata y te lo dirá, porque lo consume).

Parte de la educación vinícola de nuestros jóvenes debiera pasar por cuáles vinos para qué cosas y qué momentos para cuáles vinos.

Mi reflexión comienza por ser madre de un joven de 20 años y explorar su propia relación con el vino y la de sus amigos. Pero pretende ir más allá, España, según expone la OIV, se encuentra en un preocupante 19º lugar en el ranking de consumo mundial, muy por detrás de países no productores y sin tradición vinícola. ¿Qué estamos haciendo para formar a los nuevos consumidores quienes pretendemos difundir esta cultura? ¿O dejamos a los más jóvenes beber a su aire pensando que no son lo suficientemente dignos para apreciar el vino?

Fotografía de Pierre Gros Bajo licencia Creative Commons

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